Las cuatro hermanas Algarra

Doña Adela, doña Pepa,
doña María y la cuarta
llamada doña Clotilde,
las cuatro y cada una
a la docencia entregadas.

Hubo un tiempo en que todas,
aún estando jubiladas
de las cuatro la mitad,
impartian la enseñanza.
Las mayores a pequeños,
las pequeñas a mayores.

Por allá va doña Adela
con doña Pepa del brazo,
con su abrigo gris cruzado,
los botines por calzado
y hasta mitad de la pierna
calcetines "Punto Blanco".
Corriendo hacia ella vamos,
uno, con mocos colgando,
el otro, lleva la boca
pegotosa y churretosa
de caramelo de anís,
el tercero come pipas...
como se descuide un poco
se las tira a la nariz.

A los tres nos pone firmes
y uno a uno, en la frente
nos va colocando un beso.

Doña María es teresiana
y al dirigirnos a ella
le llamamos"Señorita".
Comienza por la mañana
con el a, e , i o, u
y termina por la noche
con Calasanz, Esaú,
Pitágoras, Arístoteles,
Santa Teresa, Nerón,
Fernando III el Santo,
don Lope o Calderón,
con el Manco de Lepanto
y los Papas de Avignon...

No quiero seguir la lista
que sería interminable
de todos los personajes
que todas, todas las noches
aparecian en escena.
Esa, esa era la hora
en que acababan las clases:
a la hora de la cena.

Así era doña María,
apenas se da un respiro.
Trabajaba noche y día,
prolongaba su retiro...

Al final de la semana
abría una libreta
donde llevaba anotado
lo que cada cual debía,
a eso llamaba "pendientes"
y no era ni más ni menos
que la lección seis o siete
que no te supiste el martes
o la página catorce
del libro de catecismo.
Después de Misa de doce
había que pagar la deuda
y vestido "de domingo"
cuando entrabas por la puerta
le decías: "me la sé"
-Vamos a ver, respondía;
te la tengo que tomar.
Y de la A a la Z
apenas sin respirar,
recitabas la lección,
casi al pie de la letra.
-Te puedes ir a jugar,
ten cuidado, no te manches,
recuerdos a tus papás.
Alguna vez se mostraba
un poquito cariñosa
y me regalaba un trozo
de la onza de chocolate
que se tomaba a las once.
Otras veces sonreía
y te dejaba algún día
sentarte junto a su mesa
para calentarte un poco
en el brasero de cisco
mezclado con carbonilla.

También era diversión
beber agua del porrón
y la risa que nos daba
de ver todo chorreando
a aquellos que no sabían
alzarlo y beber a caño.

Próximo a la Navidad
hacíamos un cuadernillo
en el que íbamos pintando
el Belén, un patorcillo...
y después en cada hoja
un regalito al Niño.
Si era una camiseta:
"doce actos de silencio".
Dibujar unos patines:
"treinta momentos de estudio".
Y si era una bufanda:
"veinte veces obediencia".
Se llamaba todo ello,
rotulado, "Plan de Adviento".

Cuando mayo florecía
tras un fondo azul de raso
montábamos un altar
con la imagen de una Virgen
que aún no he podido olvidar.
Los botes de mermelada
apoyados en repisas
se comienzan a llenar
de jazmines, lilas, rosas
que traen prietas en sus manos
coloradas, sudorosas...
recordando el consejo
que su madre les ha dado:
"apriétalas con cuidado,
no se te caiga ninguna..."

Rezábamos el Rosario
y el "Venid y vamos todos"
la mayoría de las veces
bastante desafinado.

Los pupitres de madera,
el tintero emplomado,
la plana de cada día
con el plumín emplumado,
la "guchilla" de hacer punta
al lapicito encarnado.
La pizarra, el pizarrín,
el trapillo de borrar
no sin antes escupir.

Los habones de las chinches.
De moscas, unas dos mil,
algún cachete que otro.
Las cosas eran así...

Ni lo bueno, ni lo malo
tenían mucho sentido.
De cualquier modo y manera
me uno al reconocimiento
de quienes como yo sientan
ese agridulce recuerdo
y que sepan valorar
tan insuperable esfuerzo
de aquellas cuatro mujeres
que con aciertos y errores
DESFACIERON MIL ENCUENTROS...

Miguel Colomer Hidalgo

junio de 2001

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