El último oretano
escapose de la muerte
de la mano del romano
con un gran golpe de suerte.
Fue a esconderse en una choza
de la calle de la Fuente
y allí, sosegado goza
olvidado de la gente.
Cuando se hace de noche
con sigilo y agachado,
buscando a trote y moche,
sin sentirse vigilado,
lo que pilla de la huerta
que tiene a corta distancia
o una gallina muerta
aunque sepa algo rancia.
Una mañana temprano
vio pasar una ragazza,
un cántaro en una mano
y en la otra una taza
que la usa para beber
y refrescarse la cara
cumpliendo así su deber
según siempre acostumbrara.
Su cabellera dorada
casi le cubre la espalda
que ata con cinta morada,
ojos de verde esmeralda,
piel tostada por el sol
de la Vega, donde mora.
A ritmo de caracol
y siempre a la misma hora
pasa por el mismo sitio.
Despacito y siempre gacho
la va siguiendo Olvitio,
que así se llama el muchacho.
Le chistaba: chis, chis, ¡apa!
La piropeaba: ¡woda!
Que quería decir: ¡guapa!
y ruborizose toda.
A todas partes miró,
solo aquella voz oía,
pero al pronto se giró,
vio que algo se movía,
su mirada lo hizo preso
y cogiendolo del pecho
le arreó un enorme beso
dejándolo algo maltrecho.
Pasaron varias semanas
y su amor iba in
crescendo.
Tantas y tantas mañanas
que acabaron “incluyendo”.
Ya eran dos y uno más
y ante tal situación
se lo dijo a sus papás.
él es un gran centurión.
Esto había que arreglarlo
y cogiendo al oretano
y sin apenas pensarlo
lo vistieron de romano
La muchachita parió
un bebé espectacular
al que llamaron Tairó
el jefe de CASTELLAR
Miguel Colomer Hidalgo
febrero 2020
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